La música es el medio fáctico y simbólico a través del cual las personas comunican sentimientos, concepciones sociales, conflictos, tradiciones y, en general, su sentir y el de su comunidad. De ahí que a través de composiciones musicales sea posible conocer el sentir de comunidades, a través de sus letras, y emocionarse con ellas más allá de las fronteras geográficas a la que se pertenezca. En ese sentido, la música de acordeón constituye no solo una de las tradiciones musicales más importantes del Caribe colombiano, sino que además es particularmente significativa en municipios como María la Baja.
Si bien en María la Baja hay pocos exponentes, este ritmo se mantiene a partir de la convicción que sienten los viejos intérpretes del mismo; ejemplo de ello son Miguel Mariano Pérez Teherán y Alejandro Banquez, identificados a partir de los trabajos de campo realizados por el Área de Investigación. En ellos sobrevive una vocación hacia la música de acordeón. Miguel Mariano, agricultor y líder comunitario de 78 años de edad, alza su voz para cantar composiciones propias que resultan de la inspiración provenientes de sus vivencias en el campo y de la vida. Por su parte, Alejandro Banquez, agricultor aficionado a la música, es un acordeonero autodidacta con un repertorio que emula las características de la tradición musical de Valledupar.
La música de acordeón en el municipio de María la Baja ha venido siendo desplazada por el bullerengue y la champeta, que en la actualidad son las manifestaciones culturales con las cuales se identifica, principalmente, la comunidad. Por lo anterior, la música de acordeón cuenta con poco apoyo por parte de la misma comunidad y de instituciones gubernamentales de diferente orden. No obstante, Pérez y Banquez destacan, en la entrevista realizada, la importancia de este ritmo para la transmisión de preocupaciones, historias y sentimientos comunes a la gente de la región.
Cabe destacar, en ese sentido, el hecho de que existan personas como Miguel y Alejandro cuya afición hacia la música genera en ellos una convicción que los impulsa a utilizarla como su forma de expresión. Y es, específicamente, esa convicción la que garantiza que tradiciones musicales y dancísticas, resultado de legados ancestrales, sobrevivan más allá de las dificultades.